Fragments
del text de la conferència preparada per DORIS LESSING —guanyadora
del Premi Nobel de Literatura 2007— per a la cerimònia de
lliurament d’aquest premi.
Hace
poco tiempo, incluso las personas menos instruidas respetaban el
aprendizaje, la educación y otorgaban reconocimiento a nuestras
grandes obras literarias. Por supuesto, todos sabemos que durante el
transcurso de esa feliz etapa, muchas personas simulaban leer,
simulaban respeto por el aprendizaje, pero existen pruebas de que los
trabajadores y las trabajadoras anhelaban tener libros y ello se
evidencia en la creación de bibliotecas, institutos y universidades
obreras durante los siglos XVIII y XIX.
(...)
La
lectura, los libros solían formar parte de la educación general.
(...)
Las
personas mayores, cuando hablan con los jóvenes, deben tener en
cuenta el papel fundamental que desempeñaba la lectura para la
educación porque los jóvenes saben mucho menos. Y si los niños no
saben leer, es porque nunca han leído.
Todos
conocemos esta triste historia.
Pero
no conocemos su final.
(...)
Pertenezco
a una pequeña organización que se fundó con el propósito de
abastecer de libros a las aldeas. Había un grupo de personas que por
motivos diferentes había recorrido todas las zonas rurales del
territorio de Zimbabwe. Nos informaron que en las aldeas, a
diferencia de la opinión generalizada, viven muchísimas personas
inteligentes, maestros jubilados, maestros con licencia, niños de
vacaciones, ancianos. Yo misma solventé una pequeña encuesta para
averiguar las preferencias de los lectores y descubrí que los
resultados eran similares a los que arrojaba una encuesta sueca, cuya
existencia desconocía hasta ese momento. Esas personas querían leer
aquello que quieren leer los europeos, al menos quienes leen: novelas
de todas clases, ciencia ficción, poesía, historias de detectives,
obras dramáticas, Shakespeare y los libros de autoenseñanza —cómo
abrir una cuenta bancaria, por ejemplo—, aparecían al final de la
lista. Mencionaban las obras completas de Shakespeare: conocían el
nombre.
(...)
La
escritura, los escritores, no provienen de casas sin libros.
Para
escribir, para crear literatura, debe existir una estrecha relación
con las bibliotecas, con los libros, con la Tradición.
(...)
A
los escritores se les suele preguntar: ¿Cómo escribes? ¿Con un
procesador de texto? ¿Con máquina de escribir eléctrica? ¿Con
pluma de ganso? ¿Con caracteres caligráficos? Sin embargo, la
pregunta fundamental es: "¿Has encontrado un espacio, ese
espacio vacío, que debe rodearte cuando escribes?". A ese
espacio, que es una forma de escuchar, de prestar atención, llegarán
las palabras, las palabras que pronunciarán tus personajes, las
ideas: la inspiración.
Si
un determinado escritor no logra encontrar este espacio, entonces los
poemas y los cuentos podrían nacer muertos.
(...)
Somos
testigos de esa inagotable hambre de educación que impera en África,
en cualquier lugar del Tercer Mundo o como sea que llamemos a esas
partes del mundo donde los padres aspiran a que sus hijos tengan
acceso a una educación que los saque de la pobreza, a los beneficios
de la educación.
Nuestra
educación que tan amenazada se encuentra en esta época.
(...)
Estamos
hastiados en nuestro mundo, en nuestro mundo amenazado. Tenemos
talento para la ironía e incluso para el cinismo. Apenas si
utilizamos ciertas palabras e ideas, debido al desgaste que
experimentan. Pero tal vez queramos recuperar algunas palabras que
han perdido su potencialidad.
Tenemos
un yacimiento —un tesoro— de literatura que se remonta a los
egipcios, a los griegos, a los romanos. Todo está allí, esta
abundancia de literatura por descubrir una y otra vez para quien
tenga la suerte de encontrarla. Un tesoro. Supongamos que no
existiera. Qué empobrecidos, qué vacíos estaríamos.
Poseemos
una herencia de idiomas, poemas, cuentos, relatos que jamás se
agotará. Podemos disponer de ella, siempre.
Tenemos
un legado de cuentos, relatos de los antiguos narradores, algunos
cuyos nombres conocemos y otros no. Los narradores retroceden más y
más en el tiempo hasta un claro del bosque donde arde una enorme
hoguera y los antiguos chamanes bailan y cantan, porque nuestro
patrimonio de cuentos se originó en el fuego, la magia, el mundo de
los espíritus. Y es allí donde permanece, hasta el presente.
Si
consultamos a algún narrador moderno, nos dirá que siempre existe
un momento de contacto con el fuego, con aquello que nos gusta llamar
inspiración y que se remonta al pasado remoto hasta el origen de
nuestra raza, al fuego, al hielo y a los fuertes vientos que nos
dieron forma y que conformaron nuestro mundo.
El
narrador vive dentro de todos nosotros. El creador de historias
siempre va con nosotros. Supongamos que nuestro mundo padeciera una
guerra, los horrores que todos podemos imaginar con facilidad.
Supongamos que las inundaciones anegaran nuestras ciudades, que el
nivel de los mares se elevara…, el narrador sobrevivirá, porque
nuestra imaginación nos determina, nos sustenta, nos crea: para bien
o para mal y para siempre. Nuestros cuentos, el narrador, nos
recrearán cuando estemos desgarrados, heridos, e incluso destruidos.
El narrador, el creador de sueños, el inventor de mitos es nuestro
fénix, nuestra mejor expresión, cuando nuestra creatividad alcanza
su punto máximo.
DORIS LESSING